sábado

A mis amigas

Caminamos desiertos y valles tupidos con las manos en alto
¿Cómo estaría mi fuego si no fuera por los pasos que di junto a tu tierra?
El viento silba tus cosas odiadas y yo las cazo para intentar hacer poemas graciosos
Con métrica exacta
Eres para mí siempre lo inverso a un mal día
y en tus pupilas puedo ver un futuro fértil con el mar bailando en nuestras espaldas floridas
No hay presagios agrios cuando imaginamos el hado de la otra
El presente siempre ha sido una bandera ardiendo
Donde si yo puse la botella
tú prendiste la mecha   o viceversa
Y por supuesto en el pasado nos sentamos a beber
en los mismos signos de pregunta y exclamación
Incluso antes de los pasajes estelares 
que nos reunieron cara a cara frente a una puerta misteriosa
¿Qué sería lo solidario si no te hubiese visto tirando piedras
a mis miedos hasta moverlos?
¿Qué sería la risa si no fuera por las tardes en que nos mostramos las cicatrices
de los brazos con ironía?
Nombramos fraternidad tan arriba como libertad
Y en las noches siempre nos deseamos vida eterna y música eterna 
Aunque no sepamos si el día que viene vaya a tener o no algo de sol
Le di la mano y me dejé llevar   me dejé llevar   me llevó justo donde quiso: al infierno  y luego se marchó    pero yo me quedé.

jueves

Mi bici

Era azul, tenía frenos comunes, ningún cambio y sonaba un montón cuando pedaleaba. La escogí en una bicicletería de Flores, cerca de mi casa. Me costó alrededor de seiscientos pesos. C me acompañó y me ayudó a elegirla. Nos devolvimos felices y pensando todo lo que podríamos hacer ahora que ambos teníamos bicis. Recuerdo nuestros paseos al Parque Rivadavia, la cerveza batida en el canasto, los libros, las veces que nos hablábamos gritando para escucharnos de una vereda a otra (no sé si alguna vez le grité 'te amo', pero si volviera en el tiempo seguro lo haría todos los días). Iba siempre detrás de él. Él parecía que hubiera nacido para andar en bicicleta y eso me daba seguridad. Yo era más torpe y tenía que pedirle que no anduviera tan rápido o que al menos me dijera en qué estaba pensando para poder seguirlo. Se metía entremedio de los bondis, pasaba al lado de un camión enorme e inestable, atravesaba los semáforos en rojo, subía y bajaba las veredas como nada, esquivaba personas y sonreía. Íbamos juntos de la universidad a nuestra casa y buscábamos los mejores caminos para no toparnos con tantos autos, aunque algo divertido tenía andar por las grandes avenidas y burlarnos de los que iban en colectivo con cara de aburridos. A veces planeábamos atentados de pintura contra los automóviles que se estacionaban en las bicisendas, pero nunca llegamos a realizarlos, quizás porque estábamos más ocupados en otras cosas, discutiendo o mirando las similitudes de nuestras marcas de nacimiento. Todos los días llegaba agitada y colorada a estudiar ciencias políticas, como cada vez que hago un pequeño esfuerzo físico, pero me gustaba la sensación de agilidad que me entregaba la bicicleta. Y sobre todo me gustaba viajar con él. Antes de tener mi bici yo tomaba el colectivo y él se iba a mi lado en su vehículo de dos ruedas mirándome y haciéndome gestos divertidos. Siempre llegaba antes que yo y siempre estaba más feliz que yo. Luego vinieron meses extraños, crueles y todo cambió. La última vez que vi mi bici azul fue en una foto de un amigo de C. En ella aparecía él y un grupo de chicos posando como si mi bici en su departamento fuera un objeto surrealista o muy original. Tiempo después supe que la regaló a una mujer chilena que se comía de vez en cuando. Y eso es todo.